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Channel: Telesubjetivo
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Miradas del pasado

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No deja de maravillarme que una de mis series preferidas de los últimos años sea española, con los claros problemas creativos y de producción que ha tenido la ficción televisiva en nuestro país las últimas décadas. Es más, es una serie producida por Telecinco, que, por decirlo de alguna manera, me interesa tanto como esos canales de tarot que nuestra querida TDT ha permitido que se multipliquen y expandan.
Sin entrar en los debates/callejones sin salida sobre la telebasura o la calidad de la ficción nacional, voy a centrarme en lo fascinante que me parece que los de Vasile "donaran" 8 millones de euros (no tanto, realmente, al ser una coproducción con compañías argentinas) a esa causa que fue Vientos de agua. Un producto de calidad, técnica y artística, estrenado en 2005 que no duró en las pantallas españolas más de 5 semanas, pasando del prime time a las madrugadas de los viernes. La miniserie de 13 capítulos, grabada en digital y panorámico, pensada cinematográficamente y (quizá lo que causó su fracaso comercial en nuestro país) "argentinamente", no resultó un producto rentable. A la persona que decidió producirla solo le pudieron ocurrir dos cosas: o fue despedida o perdió el último cacho de alma, entregándose definitivamente al demonio de la telerrealidad más zafia y violenta que (no) se puede emitir en horario infantil. Perdieron dinero, pero solo por intentarlo, se redimieron un poco por todo lo que han producido antes y después. No es suficiente.
Vientos de agua tiene muchas cosas; no solo es un gran retrato de la historia occidental del siglo XX con personajes dolorosamente reales, interpretados por actores en estado de gracia (solo algunos de ellos, como Marta Etura, resultan un poco forzados y excesivamente teatrales, algo muy corriente en nuestros actores de televisión), ni una historia de inmigración que supera los tópicos de estos relatos para mostrar, simple y llanamente, cómo el irte a buscar un futuro a otro país puede cambiar tu vida.
De vidas, de la vida, habla la serie de Juan José Campanella y, porque lo hace muy bien, sigo atreviéndome a ponerla a la altura de grandes como Six Feet Under. El director argentino imbuyó la serie de sus propios temas y obsesiones ya presentes en otras obras. Las vueltas, encuentros, desencuentros y reencuentros de El mismo amor, la misma lluvia; la importancia de la memoria y la posibilidad de enmendar los errores de un anciano en El hijo de la novia, y una determinada visión de nuestra existencia que también está presente en El secreto de sus ojos.
Andrés descubre en una fotografía lo que no era capaz de ver 50 años atrás.
La memoria, tema y recurso central en el último largometraje de Campanella, es imprescindible en esta historia de dos caras. El personaje de Héctor Alterio comienza en cierto momento a obsesionarse por su pasado, por esa vida de retales, ese puzzle que nunca encaja. Delirios de un viejo; conversa con su hermana Felisa, la joven Bárbara Goenaga, fantasma que le reafirma sus sospechas: siempre fue un hombre egoísta y ciego. Fresas salvajes a la argentina (antes de La ventana).
La obsesión del Andrés Olaya de Alterio por revisitar su vida olvidada, por cambiar, enmendar y remendar lo lleva a descubrir el lenguaje de los objetos. Un vestido viejo rasgado, un piano que lleva muchos años sin ser usado y el más elocuente de todos: una fotografía. En uno de esos álbumes que nosotros ya no tendremos, maravillas de la era digital, que ha multiplicado la captación de imágenes instantáneas, pero también las ha despojado de su valor: el de la huella. Una foto vieja le descubre a Andrés lo que no fue capaz de ver cuando lo tenía delante.
"La distancia ayuda", le dice el fantasma de su hermana, una mujer educada por los maquis españoles que, cuando pierde toda causa por la que luchar, se abandona a un amor imposible y trágico, secreto, mientras hace de tía, niñera, consejera. Eterna secundaria, feliz porque tiene todo lo que necesita cuando se encierra en su cuarto, sube el volumen de la radio y observa, también, la foto de su amado Vidal.
La cámara de Campanella capta la imagen captada para hablarnos del amor, de los sacrificios y de los sueños nunca cumplidos, como también ocurre en El secreto de sus ojos. El amor que Benjamín Esposito descubre en otra vieja fotografía es en esta ocasión mucho más oscuro, insano y terrorífico. El de un pobre diablo que, al no poder poseer a la mujer que ama, la mata.
Benjamín resuelve un asesinato gracias a una fotografía del pasado.
El momento inmortalizado, en ambos casos, es la clave para resolver misterios, fosilizando una mirada. La del amante en secreto, la de la obsesión, lo agridulce y el delirio. Felisa no mata a Vidal, aunque este sí acaba, como dice Andrés, muriendo de amor. Por el contrario, Liliana Coloto, es brutalmente violada y asesinada por un ser débil y mezquino.
Siguen sin embargo encontrándose, Vientos de agua y El secreto de sus ojos, en esa búsqueda de la memoria como solución, rescate, y en la importancia del pasado como punto clave para entender a las personas en las que nos hemos convertido. Nuestros amores, desamores, amistades, pasiones, errores, nuestras diferentes vidas ("¿cuántas vidas has vivido?", le pregunta Andrés a su hijo en una videoconferencia intercontinental), todo ello nos ha hecho como personas presentes, y de eso trata esta serie al fin y al cabo. En Vientos de agua, no se trata de mirar al pasado simplemente, sino de conversar con él, y de que te devuelva su mirada, llena de dolor pero también de alegrías. Eso es la vida.

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